22/11/10

La OTAN, gendarme mundial


Muchas personas sienten náuseas al escuchar el nombre de esa organización.

El viernes 19 de noviembre de 2010 en Lisboa, Portugal, los 28 miembros de esa belicosa institución, engendrada por Estados Unidos, decidieron crear lo que con cinismo califican de “la nueva OTAN”.

Esta surgió después de la Segunda Guerra Mundial como instrumento de la Guerra Fría desatada por el imperialismo contra la Unión Soviética, el país que pagó con decenas de millones de vidas y una colosal destrucción la victoria sobre el nazismo.

Contra la URSS, Estados Unidos movilizó, junto a una parte sana de la población europea, a la extrema derecha y toda la escoria nazifascista de Europa, llena de odio y dispuesta a sacar lasca de los errores cometidos por los propios dirigentes de la URSS, tras la muerte de Lenin.

El pueblo soviético, con enormes sacrificios, fue capaz de mantener la paridad nuclear y apoyar la lucha de liberación nacional de numerosos pueblos contra los esfuerzos de los Estados europeos por mantener el sistema colonial impuesto por la fuerza a lo largo de siglos; Estados que se aliaron en la posguerra al imperio yanki, quien asumió el mando de la contrarrevolución en el mundo.

En solo 10 días ―menos de dos semanas―, la opinión mundial ha recibido tres grandes e inolvidables lecciones: G-20, APEC y OTAN, en Seúl, Yokohama y Lisboa, de modo que todas las personas honestas que sepan leer y escribir, y cuyas mentes no hayan sido mutiladas por los reflejos condicionados del aparato mediático del imperialismo, puedan tener una idea real de los problemas que afectan hoy a la humanidad.

En Lisboa no se pronunció una palabra capaz de transmitir esperanzas a miles de millones de personas que sufren pobreza, subdesarrollo, insuficiencia de alimentos, vivienda, salud, educación y empleo.

Por el contrario, el engreído personaje que figura como jefe de la mafia militar de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen declaró, en tono de fiurercito nazi, que el “nuevo concepto estratégico” era para “actuar en cualquier lugar del mundo”. No en balde el gobierno de Turquía estuvo a punto de vetar su nombramiento cuando Fogh Rasmussen ―un neoliberal danés― como Primer Ministro de Dinamarca, usando el pretexto de la libertad de prensa, defendió en abril de 2009 a los autores de graves ofensas al profeta Mahoma, una figura respetada por todos los creyentes musulmanes.

No pocos en el mundo recuerdan las estrechas relaciones de cooperación entre el Gobierno de Dinamarca y los “invasores” nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

La OTAN, ave de rapiña empollada en las faldas del imperio yanki, dotada incluso de armas nucleares tácticas que pueden ser hasta varias veces más destructivas que la que hizo desaparecer la ciudad de Hiroshima, está comprometida por Estados Unidos en la guerra genocida de Afganistán, más compleja todavía que la aventura de Kosovo y la guerra contra Serbia, donde masacraron la ciudad de Belgrado y estuvieron a punto de sufrir un desastre si el gobierno de aquel país se hubiese mantenido firme, en vez de confiar en las instituciones de justicia europea en La Haya.

La ingloriosa declaración de Lisboa, en uno de sus puntos afirma de forma vaga y abstracta:

“Apoyo a la estabilidad regional, los valores democráticos, la seguridad y la integración en el espacio euroatlántico en los Balcanes.”

“La misión en Kosovo se orienta a una presencia menor y más flexible.”

¿Ahora?

Tampoco Rusia lo podrá olvidar tan fácilmente: el hecho real es que cuando Yeltsin desintegró la URSS, Estados Unidos avanzó las fronteras de la OTAN y sus bases de ataque nuclear al corazón de Rusia desde Europa y Asia.

Esas nuevas instalaciones militares amenazaban también a la República Popular China y a otros países asiáticos.

Cuando aquello ocurrió en 1991, cientos de SS-19, SS-20 y otras poderosas armas soviéticas podían alcanzar en cuestión de minutos las bases militares de Estados Unidos y la OTAN en Europa. Ningún Secretario General de la OTAN se habría atrevido a hablar con la arrogancia de Rasmussen.

El primer acuerdo sobre limitación de armas nucleares fue suscrito en fecha tan temprana como el 26 de mayo de 1972, entre el presidente de Estados Unidos Richard Nixon y el Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética Leonid Brezhnev, con el objetivo de limitar el número de misiles antibalísticos (Tratado ABM) y defender ciertos puntos contra misiles con carga nuclear.

Brezhnev y Carter firmaron en Viena nuevos acuerdos conocidos como SALT II en 1979, pero el Senado de Estados Unidos se negó a ratificar dichos acuerdos.

El nuevo rearme promovido por Reagan, con la Iniciativa de Defensa Estratégica, puso fin a los acuerdos SALT.

El gasoducto de Siberia había sido volado ya por la CIA.

Un nuevo acuerdo, en cambio, fue suscrito en 1991 entre Bush padre y Gorbachov, cinco meses antes del colapso de la URSS. Al producirse tal acontecimiento, el campo socialista ya no existía. Los países que el Ejército Rojo había liberado de la ocupación nazi no fueron capaces siquiera de mantener la independencia. Gobiernos derechistas que accedieron al poder se pasaron con armas y bagajes a la OTAN, y cayeron en manos de Estados Unidos. El de la RDA, que bajo la dirección de Erich Honecker había realizado un gran esfuerzo, no pudo vencer la ofensiva ideológica y consumista lanzada desde la misma capital ocupada por las tropas occidentales.

Como dueño virtual del mundo, Estados Unidos incrementó su política aventurera y guerrerista.

Debido a un proceso bien manipulado, la URSS se desintegró. El golpe de gracia lo asestó Boris Yeltsin el 8 de diciembre de 1991 cuando, en su condición de presidente de la Federación Rusa, declaró que la Unión Soviética había dejado de existir. El día 25 de ese mismo mes y año, la bandera roja de la hoz y el martillo fue arriada del Kremlin.

Un tercer acuerdo sobre armas estratégicas fue firmado entonces entre George H. W. Bush y Boris Yeltsin, el 3 de enero de 1993, que prohibía el uso de los Misiles Balísticos Intercontinentales (ICBM por sus siglas en inglés) de cabezas múltiples. Fue ratificado por el Senado de Estados Unidos el 26 de enero de 1993, con un margen de votos de 87 a 4.

Rusia heredaba la ciencia y la tecnología de la URSS ―que a pesar de la guerra y los enormes sacrificios fue capaz de equiparar su poder con el inmenso y rico imperio yanki―, la victoria contra el fascismo, las tradiciones, la cultura, y las glorias del pueblo ruso.

La guerra de Serbia, un pueblo eslavo, había hincado duramente su colmillo en la seguridad del pueblo ruso, algo que no podía darse el lujo de ignorar ningún gobierno.

La Duma rusa ―indignada por la primera guerra de Iraq y la de Kosovo en la que la OTAN masacró al pueblo serbio―, se negó a ratificar el START II y no firmó dicho acuerdo hasta el año 2000, y en ese caso, para tratar de salvar el tratado ABM que a los yankis para esa fecha no les interesaba mantener.

Estados Unidos trata de utilizar sus enormes recursos mediáticos para mantener, engañar y confundir a la opinión pública mundial.

El Gobierno de ese país atraviesa una etapa difícil como consecuencia de sus aventuras bélicas. En la guerra de Afganistán están comprometidos los países de la OTAN sin excepción alguna, y varios otros del mundo, a cuyos pueblos resulta odiosa y repugnante la carnicería donde están envueltos en mayor o menor grado países ricos e industrializados como Japón y Australia, y otros del Tercer Mundo.

¿Cuál es la esencia del acuerdo aprobado en abril de este año por Estados Unidos y Rusia? Ambas partes se comprometen a reducir el número de ojivas nucleares estratégicas a 1 550. De las ojivas nucleares de Francia, Reino Unido e Israel, todas capaces de golpear a Rusia, no se dice una palabra. De las armas nucleares tácticas, algunas de ellas con mucho más poder que la que hizo desaparecer la ciudad de Hiroshima, tampoco. No se menciona la capacidad destructiva y letal de numerosas armas convencionales, las radioeléctricas y otros sistemas de armamentos a los cuales Estados Unidos dedica su creciente presupuesto militar, superior a los de todas las demás naciones del mundo juntas. Ambos gobiernos conocen, y tal vez otros muchos de los que allí se reunieron, que una tercera guerra mundial sería la última. ¿Qué tipo de ilusiones se pueden hacer los miembros de la OTAN? ¿Cuál es la tranquilidad que de esa reunión se deriva para la humanidad? ¿Qué beneficio para los países del Tercer Mundo, e incluso para la economía internacional, es posible esperar?

No pueden siquiera ofrecer la esperanza de que la crisis económica mundial sea superada, ni cuánto duraría esa mejoría. La deuda pública total de Estados Unidos, no solo la del gobierno central, sino del resto de las instituciones públicas y privadas de ese país, se eleva ya a una cifra que iguala el PIB mundial del 2009, que ascendía a 58 millones de millones de dólares. ¿Se han preguntado acaso los reunidos en Lisboa de dónde salieron esos fabulosos recursos? Sencillamente, de la economía de todos los demás pueblos del mundo, a los que Estados Unidos entregó papeles convertidos en divisas que a lo largo de 40 años, unilateralmente, dejaron de tener respaldo en oro y ahora el valor de ese metal es 40 veces superior. Ese país aún dispone de poder de veto en el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. ¿Por qué no se discutió eso en Portugal?

La esperanza de extraer de Afganistán las tropas de Estados Unidos, de la OTAN y sus aliados, es idílica. Tendrán que abandonar ese país antes de que derrotados entreguen el poder a la resistencia afgana. Los propios aliados de Estados Unidos empiezan a reconocer ya que podrían transcurrir decenas de años antes de finalizar esa guerra, ¿estará dispuesta la OTAN a permanecer allí ese tiempo? ¿Lo permitirán los propios ciudadanos de cada uno de los gobiernos allí reunidos? No olvidar que un país de gran población, Pakistán, comparte una frontera de origen colonial con Afganistán y un porcentaje no desdeñable de sus habitantes.

No critico a Medvedev, hace muy bien en tratar de limitar el número de ojivas nucleares que apuntan contra su país. Barack Obama no puede inventar justificación alguna. Sería risible imaginar que ese colosal y costoso despliegue del escudo nuclear antimisil es para proteger a Europa y a Rusia de los cohetes iraníes, procedentes de un país que no posee siquiera un artefacto nuclear táctico. Eso ni en un librito de historietas para niños se puede afirmar.

Obama admitió ya que su promesa de retirar los soldados norteamericanos de Afganistán podría dilatarse, y los impuestos a los contribuyentes más ricos suspenderse en lo inmediato. Después del Premio Nobel habría que concederle el premio al “mayor encantador de serpientes” que haya existido nunca.

Tomando en cuenta la autobiografía de W. Bush, convertida ya en “Best Sellers”, que algún redactor inteligente elaboró para él, ¿por qué no le hicieron el honor de invitarlo a Lisboa? Con seguridad que la extrema derecha, el “Tea Party” de Europa, estaría feliz.

Fidel Castro Ruz
Noviembre 21 de 2010
8 y 36 p.m.

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